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mr rei pta AIDA DN DAA rr == He ahí un poseso a los pies de Jesús, está mudo y fre- nético. Manda Jesús con soberanía al demonio que sal- ga del cuerpo de aquel desgraciado, y el maldito, huye despavorido mientras se desata la lengua de su víctima y prorrumpe en aclamaciones a su divino Libertador ala- banzas que con entusiasmo corea la muchedumbre, testigo del prodigio. Pero no todos los que lo vieron lo miraron a su verdadera luz. Allí estaban los escribas, los fariseos y sus simpatizantes, cegados ante la luz y empeñados en estorbar la obra redentora del Mesías, aliados por tanto del demonio vencido. Y esta odiosa circunstancia que rara vez falta en semejantes escenas, da al Maestro ocasión de esclarecer maravillosamente su posición y la de los suyos frente a Satanás y sus se- cuaces. Cumplía Jesús la antigua profecía, aplastando la cabeza de la serpiente, pero he aquí que el orgullo y el despecho inventan la peregrina objeción de que la virtud exorcista de Cristo emana de Belcebú, príncipe de los demonios, y reclama otros signos más auténticos de su misión, en el cielo o en la tierra; el momento es solemne; Jesucristo desenmascara la hipocresía de aque- llos doctores que negaban la luz al medio día, y les en- rostra sus inicuos pensamientos ocultos, el signo era muy personal, podían registrarlo en si mismo cada uno. En seguida hace ver la flagrante contradicción en que incurrían queriendo ensalzar el poder del reino de Bel- cebú, poniéndolo en contradicción consigo mismo, «si Satanás lanza a Satanás ¿cómo permanecería su reina- do»? pero si así fuera, ellos mismos estarían anuncian- do lo imponente de su ruina, la caducidad del reino del mal, dividido ya y cuarteado, ¿porqué pues se engaña-

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