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pio ideada ae ii LA a >= os lloran los ojos: y si persistís en el empeño de mirar de hito en hito al disco solar, podeis perder la vista. Es de- masiada la luz, los ojos no la pueden soportar. Para po- der ver la gloria de la divinidad, necesitamos que nues. tros ojos sean reforzados con la luz de la gloria y nuestra alma esté transfigurada, como los Angeles en el cielo, y en pleno goce de la vida sobrenatural. La fe que ahora nos alumbra es para creer lo que no vemos en la tierra, lo que no podemos ver; tiene el méri- to de quien se fía de la palabra de Dios, de las enseñan- zas de la Iglesia: y espera en las promesas divinas y traba- ja, guiado por esa fé y animado por esa esperanza y mo- vido por el amor a Dios, en caminar por el sendero de los divinos mandamientos, atravesando todas las oscuridades y todos los misterios, venciendo todas las tentaciones del mundo, demonio y carne: despreciando todas las cosas de la tierra que pudieran estorbarle llegar hasta donde Dios está esperándonos para premiarnos según sus promesas infalibles. Tales son los verdaderos cristianos; y los niños que creen tantas cosas que les dicen los amigos y los li- bros, a veces patrañas y fábulas imaginadas para entrete- nerlos; los niños que deben creer a sus padres y a sus maestros para poder saber los principios de toda educa- ción e instrución; los niños que tan facilmente se fían de amigos, a veces falsos y traidores, que los engañan cien veces, y los extravían; los niños han de dar plena fe a la palabra de Dios que no puede engañarse, ni engañarnos; a Jesucristo, que tantas y tan grandes pruebas les ha da- do de amor, hasta morir por ellos, después de haberse hecho Niño como ellos; ala Iglesia que lleva ya veinte siglos enseñando la verdad, sin jamás haber engañado a nadie, sino desengañado a muchos de gravísimos errores. Así se harán dignos de ver cara a cara, tal como es, a Je- sús en el cielo y de gozarlo para siempre.

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