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— 153— velos de la fe, viendo su divinidad transparentada en su Humanidad santísima, tal cual se nos ofrece en el Santo Evangelio fuera del Tabor. Lo contemplamos en el pesebre, pobrecito Niño, pe- queñito que todavía no habla, sino que mira intensamente alos pastores y reyes, y acaricia con sus manecitas a su SSma. Madre, y creemos que es el Dios de Majestad in- finita que rige los mundos y aterra con su voz a los infier- nos. Vemos a Jesús clavado en la Cruz, desnudo, insulta- do, sangrando por todo su cuerpo y maldecido por la chus- ma que lo trata como a un malhechor, y creemos que to- dos aquellos dolores y desprecios no alcanzan a turbar la serenidad de su divinidad y que goza de la gloria que co- mo a Dios le pertenece, y redime los hombres, y vence a los demonios con aquellos dolores y aquella muerte terri- bles. Vemos la Santa Hostia elevada sobre nuestros alta- res en manos del sacerdote o expuesta en los Taberná- culos santos, y caemos de rodillas, adorando al Dios he- cho hombre y oculto, aun como hombre, bajo las especies sacramentales. Jesús está transfigurado para poder ocultar los resplandores de su gloria inmortal en Belén, en el Calvario y en la Eucaristía; y así transfigurado ha sido adorado y amado por millares y millares de santos; y mi- llares de mártires han muerto por defenderlo; y millones de cristianos, en toda la redondez de la tierra, lo bendi- cen y le obedecen y lo aclaman su Rey y señor. Sólo que no lo ven con los ojos de la cara, porque no podrían su- frir el resplandor de su Divinidad. Ya véis que Simón Pe- dro casi perdió el juicio y no sabía lo que se decía por ha- ber visto a Jesús revestido momentáneamente, de un ji- rón de gloria en el Tabor. Esos ojos de carne con que véis las cosas a favor de la luz del sol, no pueden soportar directamente los rayos solares, hacéis la prueba y luego

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