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50 = que los llevará hasta dar muerte al Señor de la gloria, a quien no mataran, si a tiempo lo creyeran como Dios y Hombre que venía a cumplir las promesas y las espe» ranzas del mundo para salvarlo. Mas he aquí que sin pedir la prueba estupenda de la transfiguración, Pedro, Juan y Santiago, discípulos leales, aunque todavía imperfectos de Jesús, recíbenla espléndida y luminosa: ábreles el cielo en que vive y trasparenta en su carne la divinidad que lo llena, con- firmando con esta gracia la adhesión humilde y senci- lla de aquellos privilegiados discípulos. Y es que Jesús habla como amigo a quien por amigo lo tiene, y comoa amigo lo sigue y lo ama. A quien no cree, no contesta sus insidiosas preguntas. ¿Quién es el demonio y quié- nes son los hombres, arrogantes y orgullosos para arro- garse el derecho de interrogar con fatua osadía por los títulos que posee Jesús a la obediencia y a las adora- ciones del mundo todo? ¿No es El quien se manifiesta, cuando quiere y en la medida que nuestro espíritu está abierto, para recibir sus iluminaciones? Esta es la razón de las espesas tinieblas en que Satanás y tantos orgu- llosos como él, se mueven en torno de la Divinidad de Jesucristo nuestro Señor. El mismo lo dijo, cantando el himno de alabanza a su Divino Padre: «Confiteor tibi Pater, quia abscondisti haeca sapientibus el prudentibus et revelasti ea parvulis: ita Pater quia sic fuit placitam ante Te». A lo cual añade primoro- samente San Agustín «quiénes son los pequeñuelos? y contesta, los humildes; luego Dios escondió sus secre» tos a los grandes, es decir, a los soberbios y los mani- festó a los humildes.

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