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— 149— luz y se aceptan sin vacilar. Pero he aquí el escollo pa- ra el orgullo del demonio y sus secuaces; el espíritu re- belde se subleva ante la idea de un Hombre-Dios; esta augusta realidad se impondría por sí misma a las pasio- nes y a la soberbia: con Dios no puede discutirse; ante El las argucias y subterfugios de la razón menguada quedan desenmascarados. Por esto el Maestro Divino habló siempre con tanta claridad en este punto y no de- jó lugar a la ignorancia más calculada; se dignó entrar en demostraciones luminosas, alegando la santidad de su vida y la magnitud de sus obras para demostrar por ellas que era Dios. «Si mihi non creditis, operibus credite.» Pero, cosa digna de ser tenida muy en cuen- ta, en el mismo paso inicial de su vida pública, presen- tósele solemne ocasión de ofuscar a Satanás con los fulgores de su divinidad, cuando el maligno jespíritu lo tentó para saber quién era, y no quiso satisfacer su in- sana curiosidad, como lo decíamos el domingo pasado. Contéstale con sabiduría admirable, confundiendo su orgullo, pero no le deja ver claro lo que para tan torci- dos fines quería saber. Los escribas y los [fariseos ago- biarán luego al Divino Maestro y Taumaturgo cuyas obras los confunden. Pediránle señales del cielo y de la tierra, para creer que es El el Enviado de Dios que l1s- rael espera; pero Jesús se negará rotundamente a dar- les las pruebas que ellos solicitan, remitirálos « sus obras diarias y sobre todo a la prueba póstuma de su triunfante resurrección, cuando saldrá del sepulcro co- mo Jonás salió ileso del vientre del cetáceo. Le pregun- taban por odio y con intención dañada de criticar todas sus palabras y Jesús les deja en la culpable ignorancia
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