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— 146— purísima de los miembros de Jesús, hiciéronse transpa- rentes, invadidos repentinamente por una luz y una blan- cura que ningún artista pudiera comunicarles; Jesús apa- reció como dice el relato evangélico de la Transfigu- ración, más resplandeciente que el sol, suspendiendo el milagro permanente de sus humildes apariencias. Era un foco de belleza más que humana, apenas soportable a los espantados ojos de Pedro, Juan y Santiago que atóni- nitos lo contemplaron, cayendo luego en una especie de aturdimiento y éxtasis que les hizo perder la noción del Tabor donde se hallaban, y del tiempo, y del espa- cio, y proponer por boca de S. Pedro que aquella visión fuera permanente, satisfechos con aquel retazo del cie- lo, dibujado sobre la dura tierra. Vedlos ahí caídos rostro por tierra anonadados an- te el prodigio, sin saber lo que pensaban, ni decían, ni entender el lenguaje misterioso de Moisés y Elías, apa- recidos en la nube que los envuelve totalmente. Lo cual nos enseña cuán grande fué la condescendencia mise- ricordiosa de Jesús, disimulando sus glorias, pues atur- didos por sus resplandores, no hubieran podido los mor- tales escuchar las palabras amorosas de vida eterna que brotaban mansamente de sus labios, ni menos confiarle sus cuitas e interrogarle y sentirlo amigo y padre y compañero de la peregrinación que hacemos sobre la tierra. Argumento apologético Detengámonos un momento nosotros ante este he- cho prodigioso, espontáneo, y dejémonos envolver por
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