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ML satisfecho quedó el Angel malo con su victoria, y más, cuando vió que por espacio de millares de años los hom- bres, los niños, las mujeres, los grandes y los pequeños, los sabios y los ignorantes, todos sucúmbirian a la misma tentación. Se figuraba que no habría hombre en el mundo capaz de resistirle, y se alegraba el muy astuto de que los hombres fueran como él al infierno. Viendo a Jesús sólo en el desierto, después de cuarenta días de ayuno, se atrevió a tentarle; pero como no tenía armas nuevas, usó las antiguas. Ya lo habéis oído en el Evangelio de hoy. Le ofreció pan, le ofreció riquezas, le ofreció honores para que des- cubriera quién era y le sacara de las dudas que sobre Je- sús tenía. Pero... el muy malvado se equivocó. Jesús lo venció, lo humilló y lo dejó rabioso en su ignorancia. Así, el Maestro nos enseña a pelear con el diablo, rechazando indignados, toda sugestión de codicia, de soberbia o de sensualidad, sin entrar en conversación con él y amparán- donos con la gracia divina, que siempre nos ayuda en los combates por nuestra salvación. Pero... me direis: ¿Los niños son también tentados por el diabló? Y yo os contestaré, aunque os cause hor- ror, que los niños ¡andan siempre rodeados de una legión de demonios que como leones rugientes tratan de devo- rarlos. ¡Ay, qué miedo! ¿Verdad? ¡Ojalá que ese miedo os sirviera siempre de saludable advertencia para descubrir al enemigo en cuanto se presenta! No tengais miedo. El demonio es como un perro bravo, atado con una cadena muy fuerte, y no puede morder, sino a los tontos y confia- dos que se acercan al alcance de la cadena. Además es un viejo tentador que no tiene más armas que las que usó con- tra Adán y lo venció; pero, que después no le valieron en la tentación que pusieron a Jesús y... fué vencido y auyen- tado ignominiosamente. El diablo es un vencido por cen-

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