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—D- vez si somos O no somos suyos. ¿Lo hacemos así?... Piense cada uno el lugar y ocasión en que le sorprende la sugestión diobólica que se le antoja invencible. Ve- remos cómo nosotros mismos hemos descubierto el lado flaco, leyendo tales o cuales libros, frecuentando aque- llas diversiones peligrosas, fomentando algunas sospe- chosas amistades, metiéndonos enfnegocios de dudosa moralidad o abandonando totalmente el estudio de nues- tra fe, para que el demonio siembre dudas y perpegli- dades en nuestro desprevenido espíritu. Somos sus cómplices, sostenemos así su pujanza, debilitándose nuestra voluntad y salen de nuestra boca aquellas pa- labras de impotencia indignas de un buen cristiano. «¡No puedo!,» siendo evidente, como dice San Agustín, que Dios jamás manda imposibles, sino que al mandarnos lo posible, nos da la gracia para que emprendamos su cumplimiento, y nos acompaña en la dificultad ayudán- donos para que podamos, y ésto siempre... siempre, in- defectiblemente, en nombre de su eterna Justicia, movi- do de su eterno Amor. Si hacemos lo que en nosotros está, la tentación será totalmente externa, como las que soportó Jesús en el desierto, y venceremos al enemigo, como El lo venció. Pero querer vencer la lujuria, regalando siempre la carne; las codicias de riqueza, creándose constante- mente nuevas necesidades por la molicie del vivir pa- gano y el orgullo, empeñándose en tentar a Dios, exi- giéndole el continuado milagro de que nos libre del mal mientras nos zambullimos en él y hacemos de la vida un instrumento de goces y de arrogancias futuras, es pedir lo imposible, es pactar treguas con Satanás, dis-

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