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Me rían con gran provecho suyo y daño del infierno. Sa. bemos ahora los redimidos que los viejos estímulos de las concupiscencias pueden ser embotados por la resis- tencia y la vigilancia, apoyados en la gracia de lo alto, Así haremos fracasar la vieja estrategia del demonio y sus viles intentos no turbarán el reino de nuestra alma donde se establece el reino de Dios. No le queda pues, sino la vil venganza, la impotente rabia con que a todo trance querrá estorbar la obra de su Divino Vencedor, impidiendo, si puede, como se lisonjea en su audacia, la Redención del género humano. Argumento moral No tenemos pues, porqué amilanarnos ni abochor- narnos ante la tentación. Puede durar toda nuestra vida. Es ella la condición de nuestra prueba y sin nuestra complicidad interior con el tentador, la tentación será ocasión gloriosa de palmas inmarcesibles. Lo lamenta- ble es que en nuestro caso hay casi siempre traidores en el recinto donde se da la batalla, y ésta es toda la explicación de nuestras caídas. Estudiemos atentamente las espléndidas condiciones en que la prueba encuentra a Jesucristo nuestro divino modelo y Maestro. Está en el desierto al concluír un riguroso ayuno de cuarenta días; no pacta treguas con Satanás sino que rechaza enérgicamente sus malignas sugestiones sin discutirlas un instante... Si nosotros no diéramos armas al enemi- go, éste se vería obligado, como en el caso que nos ocupa, a descubrir sus estratagemas, para saber de una

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