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1 Respondióle entonces Jesús. «Apártate de mí Sa- tanás, porque está escrito: «Adorarás al Señor Dios tuyo, y a El solo servirás.» Con éso le dejó el diablo. Y he aquí que se acercaron los Angeles y le servían. Aclaración literal del texto Las tentaciones de Jesús. He aquí una expresión que contrasta brúscamente con todas las ideas que del Divino Redentor llevamos los cristianos grabadas en el alma. ¿Pudo en realidad ser Jesús tentado? Indudable- mente, si por tentación entendemos la prueba que so- mete nuestro espíritu a dar señales de sí mismo, a ma- nifestarnos tales cuales somos. Pudo Jesús, sin menos- cabo de su divina santidad y de su grandeza y de su sabiduría infinita y de su bondad esencial, entregarse en manos de viles verdugos y crueles asesinos, ministros de satanás, los cuales, llegada su hora, se ensañaron en su cuerpo santísimo y trataron al Hijo de Dios como al último de los hombres, poniendo así a prueba el amor infinito con que nos redimía. ¿Porqué repugnaría a la Divina Persona del Redentor la tentación externa que Lucifer mismo intentará, despechado su orgullo por la ignorancia que padecía respecto de aquel ser extraor- dinario, cuyo maravilloso nacimiento conocía a medias? He aquí porque el Santo Evangelio, sin el menor aso- mo de extrañeza, describe la escena de las tentaciones que Jesús soportó en el desierto de Perea, antes de en- tregarse a la vida de apostolado cuyo epílogo y dolo-

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