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10 => culto social al desprendimiento, a la lealtad, al abando- no de las propias comodidades en favor del bien gene- ral que le estaba encomendado. Lo mismo dirá el obre- ro, el hombre del trabajo físico, que emplea sóbriamen- te su vida para sostener una familia y ahorra del sudor de su frente por amor del porvenir de sus hijos, y a es- te precio alcanza la paz doméstica y los goces del ho- gar. Sábenlo bien las madres que lo son por el dolor en el alumbramiento de sus hijos, y por el dolor de su edu- cación, y por el dolor en las solicitudes que exije todo hombre que viene a este mundo, si ha de ser útil a sí y a sus semejantes. Puros son, purísimos los goces y la gloria de la maternidad, pero valen la vida de ese ser que todos hemos acariciado como la más feliz realidad de la tierra y cuando lo perdemos, como el único re- cuerdo de aquí abajo, que nos hace pregustar las dulzu- ras del cielo, También pueden testificar la misma ver- dad las jóvenes puras que gozan la aureola de la cas- tidad, gracias a su recato y modestia y a la privación de todo lo que el mundo seductor les ofrece para hacer- las felices y triunfadoras según sus falsas ideas. Sáben- lo los jóvenes del sexo fuerte que no llegan a la gloria de la virilidad, sino dominando los bajos instintos, de la carne y venciendo poderosos estímulos para el vicio, provenientes de todos los enemigos del alma. Pues si en el orden moral se impone el sacrificio como condi- ción de toda gloria y de todo éxito legítimo, ¿como pre- tenderíamos que la conquista del Reino de Dios no cos- tara violencia alguna, sino que se llegara a él por la molicie y el regalo? El Reino de los cielos, dice Jesús, padece violencia y los que se la hacen lo arrebatan». 9

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