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o bre la tierra estuviera condicionado por el ruidoso fra- caso y extrema humillación de la Cruz. He aquí por- qué, cuando acababa de hacerles tan penoso pronósti- co, realiza un prodigio admirable, dando vista a un cie- go de nacimiento, juntando así la prueba de su poder con el símbolo tangible del estado de sus almas, y fi- jando en su entenebrecida mente en una sola las dos ideas antagónicas, para ellos erreductibles a la unidad, la gloria y el sacrificio, la humillación y la grandeza, la muerte y la victoria, el Poder soberano de Dios y su soberana Paciencia, que llega a donde quiere suave y dulcemente. El ciego encontrado a la vera del camino por donde pasaba Jesucristo, es en sentir de los Santos Padres, la imagen exacta del género humano, yacente al paso del del Divino Taumaturgo pidiendo la luz y al mismo tiempo cerrando voluntariamente los ojos para no verla; lamentándose de sus desgracias y perezoso para seguir a Jesús por la estela luminosa que va dejan- do por doquiera que pasa, cargado con su cruz e invi- tándonos a llevar animosamente la nuestra. Bien se hecha de ver esta ceguera en los apósto- les, cuando poco después, olvidados de los gloriosos alardes de poder y de soberanía, de sabiduría y de amor, hechos por su Maestro, engolosinados aún con el triunfal suceso de los Hosanas, huyeron amedrentados del Maestro como si jamás lo conocieran. Y lo peor es, que aquello anunciaba el comportamieto del pueblo cris- tiano, menos excusable aún que los apóstoles, cuando olvida su seguimiento o lo rehuye, porque debe pasar por la mortificación y el dolor, por la abnegación y el sacrificio.

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