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Dios no puede hablarse de Dios sin hablar de su Verbo que es la expresión vital y eterna de su natu- raleza; ni puede hablarse del hombre sin hablar de la Imagen soberana según la cual fuimos hechos; ni de nuestra existencia sobre la tierra, ni de nuestros eternos destinos del cielo sin leer ese libro de la vi- da según el cual todo fué hecho y todo fue rehabili- tado cuando todo estuvo caído. He aquí por qué las instrucciones homiléticas, comentario sencillo de las páginas del Sto. Evange- lio que la sagrada liturgia ofrece cada domingo del año a la consideración de los fieles, trata casi exclu- sivamente de la Persona adorable de Jesús, comen-

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