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— 119— dan en el día de la cuenta final ante Dios es la suma de luz, de gracias, de inspiraciones que habremos desper- diciado. Todas son en Dios, Amor permanente. No pa- san y nosotros que las dejamos perder, las veremos despavoridos reclamando de su inutilidad. Hay otros que reciben la inspiración divina con buenas disposiciones, parece que van a cambiar de vi- da o atomar una resolución enérgica para ser mejores en el cumplimiento de sus deberes, pero su alma no tiene base de convencimientos sólidos. Como tierra for- mada de humus superficial sobre pedregoso lecho de ríos, ellos muestran esas aparentes disposiciones que no es sino recuerdo de otoños e inviernos?, de tiempos me- jores; pero*debajo, en lo íntimo de su espíritu hay dure- za de piedras, y aunque la semilla, comienza luego, a germinar, los ardores del sol la queman y se queda también estéril. La mayoría de los cristianos que han recibido el don de la fe y la educación cristiana en su niñez, son como tierra sembrada bien y a tiempo, pero en la que el des- cuido, la negligencia va dejando crecer las espinas, las pasiones, las codicias que luego degeneran en vicios, cuando la costumbre les da preeminencia y predomi- nio sobre las nociones cristianas albergadas en su me- moria, o sobre los recuerdos borrosos de las virtudes que un día practicaron. Son las espinas que sofocan la Palabra de Dios. Viven demasiado agitados, demasiado ocupados y con una como fiebre morbosa de lo terreno, que no les deja tiempo ni humor para pensar en los ne- gocios trascendentales de su alma. Y no es raro el caso de los que de intento se alborotan a sí mismos y se en-

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