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MiS por condicionarla a nuestro quiero. «Si quereis venir en pos de mi»... «Si quieres ser perfecto...» «Venid en pos de mí»... Si queremos. Y a quien hace lo que está en sí, que es querer prevenido por la divina solicitación, Dios jamás niega su gracia suficiente y abundante hasta la plena floración de su vida sobrenatural. El siembra, cali- enta, riega y da el complemento. La perseverancia final, clave misteriosa que oculta nuestro eterno destino, no es sino la unión del último movimiento de la gracia con el último acto de nuestra voluntad en el último instante de nuestra vida terrenal, Dios, por tanto, trata al hombre con amor y con respeto. Nos dió la dignidad de ser hijos suyos,ino es- clavos como las demás criaturas destituidas de razón y libertad, sino hijos herederos de su gloria, coherederos de Cristo, y como tales, cooperadores en la conquista de la herencia del cielo. No podemos dudar de la efica- cia interna, esencial de la Palabra de Dios. Vémosla comprobada brillantemente en la creación y en la con- servación del universo mundo que, como cuenta David, salió maravillosamente de la nada, evocado por su Pa- labra soberana: «/pse dixit et facta sunt. Ipse man- davít et creata sunt.» ¡Qué maravillas ha hecho el Se- ñor con sola su palabra omnipotente! Fuera del hom- bre, todas las criaturas de la tierra y del cielo llegan a su destino fatalmente, en virtud de leyes preestable- cidas e inmovibles, pero nosotros tenemos que llegar andando libremente para ser dignos de la realeza de los hijos de Dios, un poco menos que los ángeles. Esta es la razón por la cual Jesús se compara con el sembrador, Su palabra es la simiente, nosotros somos la tierra
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