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a > ot — 116— traernos por la convicción y con entera libertad de elec- ción. No es tampoco Jesús el artífice que trabaja sobre marmol o bronce, sobre piedra o hierro, ni como pintor que sobre un lienzo traslada el ideal de belleza que con- cibe su espíritu. Jesús es el Maestro que con palabra dulce e insunuante despierta el interés del ciscípulo y se gana su afecto para enseñarlo, educarlo y conducirlo a la entrada de los senderos de la vida. La piedra o el bronce, el lienzo y los pinceles no ponen de sí nada ac- tivo en la obra del artífice, son meramente pasivos; pe- ro el Maestro trabaja sobre un ser vivo inteligente y li- bre del que espera cooperación para salir adelante con su humanitario intento. Tal es la obra del labrador, del agricultor. Trabaja sobre tierra arrojando en ella gérme= nes de vida encerrados en la semilla que el sol calen- tará en el seno de la tierra y se desarrollará y fructifi- cará. Así es el éxito de la Redención en cada uno de nosotros. Depende de la cooperación de nuestra vo- luntad a la Voluntad de Dios, de la reacción de nuestro espíritu sobre la semilla divina, arrojada en él con la palabra del cielo por la mano del Divino Sembrador, cuando suscita en nuestro ser la conmoción de lo sobre- natural, un remordimiento saludable, una súbita inspi- ración surgida de la lectura de un libro o del consejo de un buen amigo, o de la reprensión de nuestros padres; a veces de la súbdita iluminación del rayo de la desgra- cia o de la muerte. Tal es el fundamento de nuestra grandeza moral, que depende de nuestro querer. Nadie peca sin querer, nadie se santifica sin querer. Por eso Jesús expresa constantemente su voluntad de salvarnos, comenzando

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