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— 113— perezosos, de los descontentos, de los de mala voluntad que murmuran de lo mandado y cuando llega la hora de las cuentas, que es la de la muerte, envía a esos flojos y descontentadizos con las manos vacías, o los castiga por ociosos, mientras a los buenos, no sólo les da el jornal convenido, sino la vida eterna del cielo en la que des- cansarán superabundantemente de todas las fatigas so- brellevadas con amor por El Señor. Acostúmbrense, pues, los niños desde pequeños a es- tar santamente ocupados en lo que deben hacer, haciendo todo a su tiempo; descansar, trabajar y holgar. Así Dios estará contento, lo mismo que sus padres y los su- periores que en nombre de Dios les ordenan lo que han de hacer cada día. No seais de los ociosos, de los que nada hacen sino a la fuerza, o si se ponen a hacer algo, luego lo dejan y necesitan que ande tras ellos el látigo para que lo concluyan. Así como las aves tienen alas para vo- lar, así lus hombres y las mujeres tienen brazos para tra- bajar, tienen inteligencia para pensar en lo bueno y útil, y tienen pies para andar y moverse en dirección a lo que deben cumplir. El trabajo está santificado por Dios. Je- sús mismo trabajó desde Niño, ayudando a San José en el oficio de carpintero. Piensan muy mal los malos cris- tianos que huyen de trabajar como de una desgracia. To- dos tenemos que trabajar. El que no quiere trabajar, no tiene derecho a comer, porque sería como ladrón que con- sume lo que otros producen. Evitad la ociosidad y sereis sanos de alma y cuerpo.
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