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JN tantas quejas y murmuraciones contra la Divina Provi- dencia de que no procede según las normas de justicia que el egoísmo de los murmuradores le había trazado. Son hijos de Dios y quieren habérselas con El en un te- rreno de extricta justicia conmutativa, en el que, ni aún las leyes humanas consienten colocar jamás a padres e hijos. Se lo deben todo y se lamentan de que no les pa- ga puntualmente y en bienes de presente lo que por El hacen en vitud de su gracia y con destino al galardón eterno del cielo. Argumento apologético Mas el Señor procede en ésto como en todo, con Sabiduría altísima, muy superior a los rastreros planes de sus malos servidores. Sabe perfectamente quienes son suyos y le siguen al trabajo por amor; premia no el tiempo material empleado en la obra que nos enco- mienda, sino la voluntad, el esfuerzo cariñoso que ca- da uno le ofrece para consumarla. No es como los pa- tronos que explotan el trabajo de otros hombres y no pagan, sino el resultado apreciable en tiempo, en can- tidad y en dinero, incapaces de contratar el esfuerzo humano y la vida de un hombre, inapreciable a todos los aranceles. Dios por el contrario, sabe, puede y quie- re pagar lo humano, el fervor, la intensidad, el sacri- ficio que ponemos en su divino servicio, aunque el re- sultado apreciable al exterior parezca mezquino a los ojos de los que aplican las medidas de la tierra a las co- sas del espíritu y del cielo. El que trabaja con amor,
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