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za - / 4 4 14 ] ; di | 139 eq da edit e mente en la primera infancia de cuantos tienen la dicha de nacer en país cristiano y de padres cristianos. Se ha- ce más consciente para todos en la juventud, cuando las primeras desilusiones de la vida comienzan a indicar- nos el vacío fundamental de las cosas de la tierra, para las que no hemos nacido. Para muchos es un llamado más fuerte y rudo con el peso de las graves responsabi- lidades de la edad viril, jamás compensadas en el mun- do, ni con el agradecimiento, ni con el completo éxito, Y finalmente otros lo sienten en la edad postrera, cuan- do el ocaso de la existencia les hace ver todas las cosas a la luz de la eternidad. Estas son las horas de Prima, Tercia, Sexta, No- na y prima noche de que habla el Santo Evangelio de de hoy, en las que cada uno de nosotros puede regis- trar el momento preciso en que sintió la voz de Dios que lo llamaba a vida cristiana o más ajustada a las en- señanzas de la fe que profesó de niño. Convengamos ante todo, que sin este llamamiento previo nadie co- menzaría la obra de su salvación. Es Dios que previe- ne con su gracia y por lo mismo la vocación al Reino suyo, es efecto de un amor no merecido, sino todo salido de las entrañas misericordiosas de quien nos crió para sí y ve con pena que no vayamos a El por nuestros pasos contados. Tal llamamiento encuéntranos, por lo general, ociosos, y comienza a llevarnos tras sí por la esperanza del salario del premio que Dios promete a los que le siguen. Pero no todos entienden la Bondad liberalísima de quien los llama y quiere ocuparlos en obra tan prove- chosa para su alma. Y ésta es la razón porqué se oyen

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