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bordar las playas del cielo y mientras naveguemos en ella, fiados del poder y de la Sabiduría y del Amor infinito que la gobiernan, podemos estar tranquilos. Así haremos honor al Maestro como le hacen injuria los miedosos. Pensad un poquito en la historia de la Iglesia nuestra Madre. Cuando se hizo a la mar de la vida pública el día de Pentecostés, saliendo del Cenáculo con los apóstoles y los primeros discípulos, ya se encontró con el rabioso oleaje de los judíos que habían dado muerte ignominiosa al Divino Fundador y que se empeñaron en ahogar a sus discípulos. Estos predicaban el Evangelio y la Resurrec- ción de Jesucristo, la cual condenaba todas las artimañas de los fariseos y doctores hebreos, que mataron a San Es- teban, a Santiago, a San Pedro y a cuantos creían en Je- sús y los desterraban y perseguían sin compasión. Los discípulos de Jesús, aventados así por el huracán de la persecución, se dispersaron por todo el imperio romano y por toda la tierra. Predicaban a Jesús y eran persegui- dos de muerte. El nombre de Jesucristo era conocido luego por todo el mundo; pero había corrido la sangre de doce millones de Mártires en los tres primeros siglos de la Iglesia. Casi todos los Papas sucesores de San Pedro y los obispos y los sacerdotes murieron a manos de crue- les verdugos. Donde quiera que se predicaba el Evange- lio morían niños, niñas, mujeres, y hombres, pobres y, ricos, sabios e ignorantes. La sangre de los mártires era la semilla de los cristianos nuevos, hasta que Jesús, que parecía dormido, pero que viajaba en la barquilla y sabía bien cuanto pasaba, suscitó al gran Constantino que aca- bó con la era de las persecuciónes paganas. Luego co- menzó la guerra de los herejesy la persecución contra los que sostenían el Credo que nosotros rezamos, el cual co- mo sabeis, fué enseñado por los Apóstoles. Jesús triunfó también de las primeras herejías. Después llegaron los
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