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ES visto aquella misma tarde resucitar a la hija de Jairo? ¿No habían oído el testimonio fehaciente de la Hemor- roísa, curada instantáneamente de su rebelde dolencia? Pero les faltaba la fe robusta de esta mujer admi- rable. Ella se puso en camino tras la muchedumbre que seguía y rodeaba a Jesús, dispuesta a vencer todas las i resistencias, llevando en su espiritu esta afirmación va- pi ' | liente y definida: «Si logro tocar aunque no sea más que ] | la punta de su manto seré sana». No duda, no bacila. 453 Cuando Jesús se detiene y pregunta quién le ha toca- 131 do, ella declara sencillamente la gracia recibida y oye 15] de labios divinos la palabra que descifra el misterio de | su curación: «¡Tu fe te ha salvado!» La fe hubiera sal- vado también de la muerte a los náufragos si ellos la tu- ' vieran tan grande como un grano de mostaza; pero los discípulos eran todavía imperfectos y esa imperfección 18 es la que hace poco honor al Maestro Divino, que no AIN omite ocasión de demostrarles su divinidad. j Ved por este ejemplo, cuánto desagrada al Señor | la duda en su palabra o en su amor o en su poder, prin- cipalmente cuando esta duda está en el alma de los su- yos a quienes prodiga sus dones haciendo continuos alardes de omnipotencia. j No hay cosa que más ofenda a quien de tantos mo- 03 ¡ dos quiere conquistar nuestros corazones y nuestras in- 41159 teligencias, que la duda y la desconfianza. Dudar de la 4 3 y eterna Sabiduría o del eterno Amor, suponer que pue- de haber engaño en las afirmaciones divinas o que pue- de fallar el poder de Dios, es blastemar de ambos. Y esas dudas brotan quizá en el espíritu de muchos cuan- do ante el peligro o la dificultad surgida, se figuran que
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