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UE Al caer de la tarde había llegado al lago, seguido por muchedumbres incontables. Solicitado con dolorosa insistencia por Jairo, jefe de la sinagoga, caminaba Je- sús hacia su casa, y en el camino, apretado por todos, sintió acercársele una mujer enferma empeñada en to- carle la orla de sus vestidos, persuadida de que sanaría inmediatamente, como sucedió, mereciendo que el Di- vino Maestro se detuviera para señalar el prodigio al- canzado por la robusta fe de la enferma y aprovechar la oportunidad de alabarla. Sigue después su camino y llega a casa de Jairo cuando comenzaba el llorar y pla- ñir del ruidoso luto por la muerte de la ¡niña cuya salud había motivado la jornada. Jesús se desentiende de las lamentaciones y aun manda que cesen, devolviendo en- seguida la vida a la muerta y entregándosela a sus al- borozados padres. Ya se comprende cómo crecería con estos acontecimientos el concurso de gentes que impe- dían descansar al aclamado Taumaturgo. Por eso aceleró el paso y consiguió llegar al caer el sol al lago, y se embarcó en una barquilla que allí es- taba con algunos de sus discípulos, mandando remar aguas adentro y librarse así de las gentes y de sus a- clamaciones. Simón Pedro y sus compañeros acomoda- ron un lugar para el Maestro a la popa de la embarca- ción. Apoyó El su divina cabeza en una almohadilla de remero y, bajo la estrellada bóveda del cielo, respiran- do holgadamente las brisas refrigeradoras, al compás del golpe de los remos, Jesús se dispuso a dormir. Mi- rábanlo complacidos los discípulos orgullosos de la pre- ciosa carga que flotaba en su barquilla, comparando la fatigosa actividad de aquel día con la apacible calma de

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