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ES piarle. Y Jesús dice: «Quiero... sé limpio;» y el leproso aparece enseguida con la piel tersa y sonrosada como la de un niño. Igualmente el Centurión cae de rodillas ante el Señor y le dice: «Mi criado está enfermo, sanadlo.» Jesús le responde: «Bueno, voy a tu casa y lo sanaré.» Pero el Centurión replica humilde y confiado, con una fe asombrosa: «Señor, no hace falta que vengas a mi casa, yo no soy digno de que entres en ella. Mándalo desde aquí y mi criado sanará». Ya veis qué admirable confianza y sencillez en la oración de estos dos hombres. Así se expli- ca que Dios los oiga con placer, y que haga uso de su Om- nipotencia y otorgue en el acto lo que le piden. Si los ni- ños rezaran así con sencillez, como cuando piden a su madre pan o abrigo o un juguete, algo que mucho necesi- tan o desean, le darían mucho gusto al Señor que se com- place en ayudarnos como Padre nuestro cariñosisimo y acudirían a El siempre sin olvidarse ni cansarse de rezar. Y aun cuando vayais creciendo tendreis siempre necesi- dad de acudir diariamente a Dios con la oración, porque los peligros del alma crecen con los años, y las tentacio- nes y los enemigos hacen más guerra. Se encuentran a lo mejor jovencitos de diez y siete años que ya no rezan. De niños rezaban, porque les decía su madre. Después se figuran que no tienen necesidad de Dios y ya no hablan con él, ni le piden nada. ¡Así están ellos de miserables y manchados en el cuerpo y en el alma! ¡Como si un mucha- cho al cumplir veinte años no quisiera comer, porque ya está fuerte! Si no continúa comiendo, se muere, porque las fuerzas se gastan. Así vuestra alma morirá, si no la alimentais siempre con la oración cuotidiana.

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