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GOLPES DE LUZ 91 prodigioso, pone su espíritu en manos del Padre, muriendo con absoluto dominio del tiempo y de las circunstancias terribles que le rodean. El cielo y la tierra se conmueven hondamente al sentir aquel grito, entran en convulsiones te- merosas, el sol apaga su lumbre; y en aquella confusión, sólo una cosa aparece firme y clara: que el que muere no es un puro hombre; que es Dios el que expira en la cruz y redime al mundo. Así lo confiesan en alta voz, con el centurión gen- til, los que presenciaron el grandioso espectáculo: Vere Filius Dei erat iste». Confesión gloriosa, eco de la. confesión de Pedro y prueba de la afir- mación misma de Jesús por la que muere. Jesu- cristo es Dios: es preciso escucharle y seguir obe- deciendo a la imperiosa voz que se oyó en el Tabor entre nubes de gloria: «Hic est Filius meus di- lectus: ipsum audite>». Ved cuán inexcusables son los que, después de cien y cien generaciones que han aclamado a Je- sús Crucificado por su Rey y Señor y su Dios, son cobardes para confesarlo porque lo ven abatido: se avergúienzan de su nombre y lo creen fracasado. Estos miserables leen en el Evangelio las ignomi- nias de la Pasión y no leen o no entienden los ale- luyas de la resurrección; no aceptan la prueba suprema de la divinidad del Maestro, reservada de intento para después desu muerte, para que la victoria fuera mayor y la verdad innegable. ¡Cuántos son todavía los que aclaman a Jesús como Doctor, amigo del género humano y aun víctima de ideales superiores de filantropía hu-
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