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LA HORA DE DIOS 89 Vedlo: el que encaraba tan resueltamente el mo- mento supremo de inmolarse; el que sentía pe- sadumbre porque se retardaba este bautismo sangriento, está abatido mortalmente cuando ha de aceptar el amargo trance; no hay aquí coin- cidencias ni habilidades; hay, sí, honda penetra- ción de la amargura aceptada y la sensación te- rrible de los pecados del mundo por los que se en- trega a la muerte. ¿Quién podía pensar que uno de sus elegidos y privilegiados lo había de vender. ..? ¿Cómo podía preverse la sentencia condenatoria que no sólo se salía fuera de toda ley de justicia, sino que implicaba por parte de los príncipes de los judíos que la pidieron a Pilatos, el mentís más solemne de la soberanía nacional sostenida por el fariseís- mo...? Jesús había pasado haciendo el bien ¿có- mo no esperar que en el momento en que iba a sufrir tanto mal, los ojos, las manos, los pies, la vida devueltos prodigiosamente a tantos desgra- ciados no habrían de hablar en su favor. ..? Pues no, todo salió al revés; no hubo un solo mudo sanado que hablara una palabra para defenderlo; aquel pueblo de patriotas aclamó al extran- jero opresor a trueque de ver crucificado al abo- rrecido Nazareno. «No TENEMOS MÁS REY QUE EL CÉSAR *x *
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