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LA PASIÓN Y MUERTE DE JESÚS PRUEBAN 86 SU DIVINIDAD en manos de los esbirros armados de palos y lan- zas para prenderlo de noche, en lugar solitario. Aun entonces les hace sentir su grandeza y la libertad con que se entrega: los derriba en tierra con su palabra; sana la herida de uno de ellos golpeado por Pedro, y les echa en cara su felonía, diciéndoles: «Como a ladrón y malhechor habéis venido a prenderme, siendo así que me teníais todos los días en medio de vosotros, en vuestras calles y plazas, y no me prendisteis. . .! ¡Magnífico reto a la impotencia de sus enemi- gos, y afirmación gloriosa del dominio que tiene sobre la muerte! Pero como había llegado la hora, la envidia, la rabia y la sensualidad por tanto tiempo represadas en aquellos dañados corazones, rompieron los diques que las habían hasta en- tonces contenido y pasaron como desbordado torrente, por encima de toda justicia y respeto humano y divino. Todos condenan al Justo, al Santo; el astuto Anás, el violento Caifás, el co- rrompido Herodes, el cobarde Pilatos, el pueblo sobornado: todos piden su sangre y lo condenan a muerte. La clara previsión y dominio de la hora solem- ne de la Redención prueban aun más la divini- dad de Jesús, si se piensa que, en un lapso de cua- tro mil años, todos los anuncios de los Libros Santos marcaban unánimemente la misma hora; y las Profecías integralmente estudiadas, anti- ciparon la historia de su vida, pasión y muerte con una exactitud maravillosa. La fisonomía ado-
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