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SEXTA PALABRA E En los dolores del Redentor tenemos el valor real que da principio al merecimiento; pero en nosotros mismos debemos completar su Reden- ción uniendo nuestras obras y trabajos a los su- yos; así tendremos derecho a exclamar en el ins- tante de la muerte: todo está consumado. Muy duro se hace a nuestra pobre naturaleza este precio que no acaba de pagarse sino con la muerte; nos parece que la penitencia y las lágri- mas podrían, sin menoscabo de los derechos de Dios, circunscribirse a cierta época de la vida y reservarnos aquí en la tierra el goce íntegro a que nuestra naturaleza invenciblemente aspira. Pero no; el hambre y sed de justicia que debe atormentarnos para gozar de la hartura que Je- sús promete a quienes las padecen, no pueden limitarse al tiempo que nosotros señalemos; nuestra perfección no puede consumarse mientras nos quede un aliento de vida; solamente con la muerte pagamos a Dios el tributo pleno y sufi- ciente, y aquel duro trance es el de nuestra vie- toria. Es la santidad una ansia extraña de amar a Dios y de sufrir por Dios. Cuando de veras se apodera de una alma,la hace avara de cuanto puede purificarla y acercarla a su Dios. Jamás dice basta; besa siempre y adora con íntima efu- sión la mano que le hiere y así se goza consuman- do su sacrificio con su vida. ¿Quién no ha probado esa íntima satisfacción de sufrir y llorar por los que ama...? Pues si el amor de Dios prende en nosotros con su fuerza

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