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QUINTA PALABRA 73 cristo en la cruz: la sed de Dios; la sed de su di- vina gloria. El saber que su Pasión sería inútil para muchos ingratos le amargaba el alma, y quería llegar todavía a mayores extremos de dolor para seducir a sus verdugos y aplacar la ira de Dios. Esta tremenda ira se reflejaba en la ausencia del Padre, cuya sensación lo atormentaba; quería verlo, sentirlo cerca, experimentar que se daba por satisfecho; lo amaba y le devoraba la sed de probárselo padeciendo más por su gloria y por nuestro rescate. He aquí la sublime sed de Jesús en la cruz. Es este uno de los misterios del amor cristiano que, adoctrinado al pie del santo madero, ha podido crear en los santos el gozo en el sufrimiento; el ansia por el dolor; el deseo de padecer por amor de Dios y del prójimo. Tener sed de felicidad, no es pecado, es huma- no; para ella hemos nacido; pero desentrañarse por padecer, renunciando durante el tiempo que Dios quiera probarnos, a las alegrías y a los pla- ceres y aun a la compasión de los que nos rodean, por amor a Dios, es una locura divina de la que Je- sús nos da en la cruzel ejemplo pasmoso que ha seducido a cuantos lo han amado y han querido pagarle con los mismos excesos de amor, con idéntica locura divina. ¿Cómo podría el dolor humano elevarse a estas cumbres, si no por un milagro de la divina gracia? ¡Ah, sí! Jesús sintió sed de Dios y de nosotros; quiso padecer más por Dios y por nosotros; como ciervo herido y mal- tratado, pidió agua de dolores, y la consiguió,
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