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CUARTA PALABRA 71 que sufre y parece abandonarle en sus penas, so- meten nuestra voluntad a la más alta presión y la hunden en la más tremenda obscuridad. Lla- mar entonces Padre a Dios, como Jesús, y poner en su regazo nuestra humilde súplica, y creer que nos oye, y fiar de El, y amarle sumergiéndonos en ese simulado abandono, es la sublime prueba que Dios espera de los mejores. El divino erucificado se hallaba ya a dos pasos de su triunfo; un débil soplo de vida, sacri- ficado generosamente por los hombres, lo separa- ba apenas de su Eterno Padre, y no obstante ello, se siente solo, en abandono pavoroso, y lo acepta, y lo manifiesta con esta amorosa palabra que dice: «Padre, Padre! Dios mío, Dios mío!. ¡¡Que lección más elocuente!!... Nada de lo que puede amargar nuestra existencia ha queda- do por probar a Jesuscristo; si Dios quisiera en un momento dado someternos a tan horripilante prueba, dejándonos clavados, humillados, des- conocidos, perdidos en densas tinieblas, debería- mo0s acordarnos con afecto amoroso de este su- blime dolor del Corazón de Cristo en la Cruz, creer firmemente que estamos más cerca de Dios que nunca, adorar su divina Providencia, es- perar en El contra toda esperanza, y seguirla a tientas, fiados en su amor, en su sabiduría y en su grandeza. Pagó ya Jesús el abandono de los réprobos que merecíamos por el pecado; no nos quedará sino soportar el abandono temporal y probatorio de nuestra fe y de nuestro amor. . * * *

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