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70 LA VÍCTIMA HABLA A LOS REDIMIDOS que los trapos despreciables con que lo vistieron Herodes y Pilatos; mil veces más vergonzosos que la desnudez sangrienta de su purísimo cuer- po al ser clavado en la Cruz. Parece que los hombres no tenían que aprender nuevas lecciones ante aquel Ser divino sonrojado y humillado, afrentado y estupido, pero. .. pa- ciente y manso y resignado. Mil veces en la vida merecimos nosotros aquel sonrojo y vergiienza, y si lo sentimos, su amargura y tormento expía nuestro orgullo y fatua vanidad de querer pa- recer lo que no somos, como si pudiéramos ocul- tarnos a las miradas de Dios. Pues no. Aun quedaba al divino Maestro cru- cificado enseñarnos a soportar el aparente des- precio y abandono de Dios, harto más aflictivo que el abandono y el desprecio de los hombres. No son las mayores pruebas para nuestra fe las tinieblas impenetrables que envuelven los misterios de la vida íntima y del Ser de Dios, su Trinidad augusta y la eternidad de su Ser divi- no. Estas tinieblas dicen a la razón que Dios es más grande que el hombre, y le arrancan adora- ciones sublimes y ese CREO victorioso por el que se ilumina con la misma luz del cielo. Pero la humana voluntad siente resistencias superiores a las de la simple razón; nuestra vida afectiva necesita ser sometida a una gran prueba para que aparezca nuestro amor a Dios y nuestra confianza en El; y el dolor, el mal, el infortunio rodeados de misterio y queridos por una Provi- dencia paternal que NO Escucha los quejidos del

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