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o o TERCERA PALABRA fué mayor su suplicio, ni más horrible su muerte, ni menos justa la sentencia que a ella lo condenó; pero no supo, no quiso sufrir por amor, con amor, con arrepentimiento en el alma, y su tormento fué el último baldón de una vida desastrada ¡¡Que otra cosa podría hacer la Justicia de, Dios con un hombre orgulloso y protervo en el dolor y en la humillación, sensual e incrédulo en el le- cho de la cruz, codicioso y violento en la pobreza y miseria y desnudez del ajusticiado...? Confe- semos que en manos de Dios la humillación, la afrenta, el dolor, son instrumentos de eficacia especialísima para el perfeccionamiento moral del individuo; el que acierta a dejarse trabajar y mo- delar por ellos, se santifica y se salva. * * * <MUJER: HE AHÍ A TU HIJO... HE AHÍ A TU MA- DRE.> Tercera palabra Aunque la historia de cada uno de los hombres demuestre hasta la evidencia la soberana justicia y sabiduría que preside a toda nuestra vida con su lote de amarguras y aflicciones; por más que existan razones trascendentales para que cada uno acepte su cruz con la mirada puesta en Dios sólo, el orgullo humano se reserva siempre una protesta contra el doloroso destino, se queja de todo y alega la inocencia más o menos sincera para rehuir el padecer. «No merecía yo tal cosa 3.—E. pen DoLor.
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