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PRIMERA PALABRA 61 víctimas de sus odiosos caprichos o criminales pasiones, y no hay razón humana que nos persua- da de la inculpabilidad de quien nos hace mal: tan lejos estamos de disculparlo que más bien le atribuímos sañudas intenciones y premeditada malicia. Pues bien, he aquí a Jesús hecho víctima de las pasiones más odiosas y de las más criminales fu- rias humanas: oprimido por el dolor. Abrumado de calumnias y desprecios, en el mismo cruel su- plicio halló una razón divina, de una realidad sublime para excusarlos y perdonarlos: «No saben lo que hacen». ¿No parece esta palabra, más que una razón, un recurso de piedad inter- puesto por un corazón infinitamente bueno. ..? Es lo uno y lo otro: realmente ni el pueblo judío que pidió la muerte de Jesús, ni el pueblo gentil que perpetró el horrendo crimen, sabían la razón verdad de aquel sacrificio sangriento. Por encima de todos los cálculos de la humana razón y de todas las inspiraciones de las pasiones, Dios se servía de ellas para redimir al mundo. Jesús ve la espada de la divina Justicia suspen- dida sobre la muchedumbre impía que se burla de su dolor y de su muerte. No habla ya a este pueblo enloquecido de rabia, ni a los tribunales prevaricadores que lo sentenciaron; sino que, aceptando amorosamente el intento de su Eter- no Padre, a El se dirige y le pide que perdone a los desgraciados que no saben lo que hacen; no saben el alcance de aquellos dolores ni de aquella muerte, Creen ellos que triunfa el mal, y quien
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