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JESUS VÍCTIMA DE NUESTROS PECADOS Cooperación humana Comparemos ahora nuestros dolores con los de Jesucristo. Vimos que nuestras dolencias es- pirituales, nuestras pasiones e inclinaciones vi- ciosas, son las mismas que estallaron en torno de la Cruz para afligir al divino Redentor, y que, en otros modos y en otras voces, están siempre dispuestos a pedir la muerte del Justo en cuanto los descuidemos. ¿Podríamos gloriarnos de ponerles el contra- peso de penas y padecimientos en alguna propor- ción a las que Jesús aceptó por nosotros. ..? No nos faltarán ocasiones variadas para sentir la amargura del mal; nuestras pasiones y las de nuestros prójimos pondrán a prueba nuestra ca- pacidad de resistir y expiar. Cuando nos veamos atormentados por el mal propio, o ajeno que de rechazo nos hiere, acordé- monos de Jesús y sentiremos, sin duda, el dulce reproche que nos dirige: <¡Oh, tú, que pasas por este camino; mírame y ve si hay dolor como el dolor mío!» Por todos los caminos de la vida andamos con nuestras enfermedades, y en todos los caminos topamos con la cruz redentora. Al fijarnos, pues, en la de Jesús, avergoncémonos de rehuir quizá el cáliz que El nos ofrece después de habérselo hecho apurar hasta las heces. No huyamos de Jesús en la Pasión; busquémosle en la nuestra y hallaremos al Hijo que paga y perdona y a la Madre que hos recibe y consuela.

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