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54 JESUS VÍCTIMA DE NUESTROS PECADOS ¡Qué angustioso sentimiento sería el de Jesús ante la fealdad de nuestras culpas! Es este un misterio de dolor impenetrable para la humana razón. Jesús soportó el abandono de su Padre en la Cruz, que significaba el horror invencible que Dios tiene al mal por el que el Hijo salía fiador. Su Corazón amante, leal, nobilísimo, sufrió in- deciblemente por la prevista ingratitud de los hombres. Vióse avergonzado y humillado ante sus enemigos, por la traición de Judas y por la cobardía de Simón Pedro. Los afectos más puros y sublimes de su espí- 2 fueron calumniados; llamósele blasfemo con- "a Dios; publicóse que tenía pacto con Belcebá; que profanaba el sábado y el templo. El amor intenso a su santa Madre fué vilmen- te ultrajado; aquella turba infame envolvía en el mismo desprecio a Jesús y a María; aquél era un criminal y ésta... su madre; este oprobio ca- yó sobre el rostro más que celestial de aquella divina mujer, y Jesús, su Hijo, no pudo impedirlo. Su divina inteligencia fué tenida por locura; su paciencia por insensatez; su nombre fué exoerado por mil bocas maldicientes, y los SUYOS se avergon- zaron de El. ¿Habrá habido alma más atormenta- da que la del buen Jesús... .? ¿Hubo en ella algún sentimiento o afecto que no fuera ultrajado. ..? Pues, ¿qué pensar de los dolores de su cuerpo santísimo? Desde la planta del pie hasta la coro- nilla de la cabeza no hubo en él parte sana; el

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