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50 JESUS VÍCTIMA DE NUESTROS PECADOS bas, de los patrioteros, de los intrigantes por el gobierno, azuza villanamente las rencillas de la plebe, para que hagan desaparecer al Mesías que había tenido atrevimiento de condenar sus ten- tativas de hacerlo Rey, y que condenó sus pre- tensiones de dominio temporal universal: aun más, que mandó dar al César su tributo y a Dios el suyo también, sin quererse inmiscuir en sus contiendas nacionales. Un coro de sabios y de patriotas y de insur- gentes afirma con Caifás que es necesario la muer- te de Cristo, so pena de aceptar para siempre el yugo del imperio romano. Herodes, el lujurioso, se burla de Jesús y lo declara loco; Pedro, el co- barde, niega conocerlo; el venal Pilatos, lo declara justo y lo condena como criminal. En una pala- bra, todas las humanas pasiones como enferme- dades viejas del hombre caído, llegaron a aguda crisis y se precipitaron sobre Jesuscristo, para deshacerse de quien venía a destruir su imperio ominoso e imponerles el suave yugo de la ley di- vina, haciendo de nuevo su proclamación solemne en el Calvario. ¿Habrá alguno tan irreflexivo que no reconoz- ca en ese paroxismo morboso del humano cora- zÓn, la carga tremenda de nuestras enfermedades 'ayendo sobre el Justo...? Así quedó de mani- fiesto lo grave de nuestros males; ya no podremos forjarnos ilusiones respecto de la perversidad de nuestros desatados instintos animales, acaricia- dos y guiados por una razón enferma y extra- viada. Fué tal esa perversidad que, al brotar ellos
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