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RETABLO DEL DOLOR 47 podemos hacer es introducir nuestro pensamiento en las profundidades de ese misterio de amor y de dolor, medir por él la gravedad de nuestro mal, y deducir resueltamente el deber ineludible que te- nemos, a fuer de agradecidos, de aceptar nues- tra parte en la expiación, cuando nos toque la punta de la espada que cosió a la Cruza Hijo y Madre. Retablo del dolor El divino Redentor es en la cruz, durante todos los pasos dolorosos que a ella le llevaron, como un gran retablo de dolencias pintado por nosotros mismos. La tremenda reparación que El ofrece nos demostrará, mejor que ninguna otra prueba, la profundidad de nuestras llagas y el odio infinito que Dios tiene al mal. Verdad es que la divina Justicia cayó inexorablemente sobre la adorable cabeza de Jesús, y que Dios lo oprimió y estrujó con tormentos inauditos; pero los instrumentos de la Pasión fueron nuestros pecados, y la sen- sación de amargura que él experimentó y sabo- reó hasta morir era, en justicia, debida a nosotros; y por no tenerla ni poderla probar en el grado in- finito necesario para borrar el pecado, Jesús se ofreció a pasarla; se subrogó en nuestras obliga- ciones, cargó con la enfermedad y con el remedio. Así se realizó la profecía de Isaías: «Las pasiones
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