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42 EL DOLOR ES UN BIEN rizada por la pluma del príncipe de los Apóstoles, S. Pedro, cuando llama a todos los eristianos sa- cerdotes que ofrecen constantemente a Dios Hostias espirituales en su cuerpo mortificado ¿Qué más podría decirse sino que el dolor es un holocausto, una víctima sagrada que se sacrifica por cada uno en el altar de su carne o de su es- píritu, allí donde se produce el sufrimiento? El sacrificio es la destrucción de una cosa, hecha ante Dios para adorarle y manifestarle el supre- mo dominio que sobre todas le pertenece; o para significarle la voluntad sincera con que sentimos el mal de culpa, expiándolo como podemos. El sacrificio es adoración, acción de gracias, arre- pentimiento, petición; en una palabra, es la reli- gión en su expresión más pura. Estando las tri- bulaciones escalonadas en toda la vida y en el camino de todos los vivientes, todos pueden ser sacrificadores, poniendo ante el Señor cuanto sufren, y uniéndolo al sacrificio del Redentor. Colocamos así, en la Cruz, la parte de nuestro ser lastimada por el mal de pena: le sacrifica- mos el entendimiento ante las obscuridades de la fe; la voluntad con sus resistencias a los mandamientos divinos; los sentidos ante las se- ducciones que nos arrastran; la fortuna cuando por su amor la renunciamos o aceptamos su pér- dida con miras sobrenaturales: sacrificamos, en fin, todo nuestro ser en la cruz que se llama el le- cho de muerte, cuando aceptamos la destrucción de nuestro cuerpo separado del alma: la inmola- ción total de nosotros mismos, suprema vengan-
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