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40 a ci un poco de tiempo para que, durante él, fabri- cásemos nuestra corona: es celoso de la belleza de las obras de sus manós; no quiere que se des- figure con la corrupción de la tierra, lugar de paso y lleno de lazos: por eso ha rodeado todos los ca- minos por donde andamos de punzantes espinas que nos obliguen a poner el pie con tiento en el suelo, y a levantar los corazones al cielo. Somos águilas caudales encerradas aquí como en estre- cha prisión; cada movimiento que hacemos para remontarnos, nos produce el choque inevitable con los barrotes, sentimos la nostalgia de una vida mejor, y soportamos ésta como palenque donde merecemos la dicha que no se ha de aca- bar. Estamos labrando nuestro porvenir; somos aquí seres perfectibles, y hemos de progresar cons- tantemente; si nos detenemos, nos apegamos al suelo y nos manchamos: por eso Dios a los que ama corrige sin miramiento; su corazón de padre no consiente que se envilezcan. Tal es el camino de la santidad que a muchos se les antoja reser- vado para muy pocos privilegiados, cuando de verdad, todos los que están en gracia de Dios y llevan su cruz animosamente con la mira puesta en Dios y en el cumplimiento de sus deberes, están iniciados en esa vía sublime que de sí conduce hasta las cumbres. Santo es quien no sólo sufre la tribulación ine- vitable, sino acepta con alegría y aun se adelanta a ella: es el mártir, a quien el verdugo pone en la alternativa de entregar su alma o su cuerpo, y
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