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REMEDIO DE MUCHAS HIPOCRESÍAS y llones y millones de cristianos: en nombre de la misma Religión de Cristo han corrido ríos de san- gre de católicos a manos de herejes y cismáticos: en nombre del honor, que cada uno invoca como patrimonio suyo exclusivo, se han sacrificado vi- das y reputaciones y hogares: en nombre del pa- triotismo, convertido en razón de estado, y de- fensor de la raza y de las fronteras, se han come- tido y se cometen crímenes horrendos en guerras injustas, y villanías incalificables en el trato de los hombres entre sí: el poder político ha sido cien veces instrumento para oprimir las concien- cias, para robar fortunas y para corromper las inteligencias de los pequeños; y no se cuenten los crímenes que han manchado la tierra invocando el nombre santo de la libertad: todas las tiranías la toman por aliada, y todos lo verdugos juran por ella al cometer horrendos atropellos en vidas y haciendas. Pues bien, la cruz llega a los buenos y a quienes quieren serlo, a veces, de todas esas grandes cosas; y el dolor marca con el sello de lo auténtico todos esos amores y virtudes. «Nada sabe, dice S. Pablo, el que no ha sido probado». No hay religión verdadera en nosotros, ni justi- cia cumplida, ni virtud segura, ni probado pa- triotismo, ni honor, ni familia, ni libertad que no cuesten lágrimas y sangre. Así se nos da ocasión de purgar los pecados que quizá perpetramos do- rando nuestra debilidad con el brillo de motivos honestos, y puede saberse en el mundo quién es el que posee la honestidad interior. De consiguiente, cuando veáis al pecador que
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