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EL DOLOR VALOR SOCIAL universal: en el sufrir nos igualamos todos. El placer nos separa; el dolor nos une; el placer nos hace egoístas. Una sociedad de voluptuosos y si- baritas, como una sociedad de orgullosos y so- berbios, es un hacinamiento de pasiones alimenta- das con un cebo que carece de eficacia para en- gendrar en ellas la hartura. «No es menor, dice San Agustín, la fiebre de la concupiscencia que la del cuerpo: ésta inflama la materia, aquélla in- flama el espíritu. Nuestra fiebre es la avaricia, es la molicie, es la lujuria, es la ambición, es la ira Quien sabe dominar estas fiebres malignas, y poner orden y armonía en sus afecciones, vive en paz con todos, a nadie atropella porque él mismo no se siente atropellado por esa fuerzas ciegas. «Todas las riñas y disensiones, como enseña San- tiago Apóstol, vienen de las concupiscencias que fermentan en el corazón». Pues en esas ardientes concupiscencias, y en las facultades que les sirven de soporte se ceba el dolor con maestría singular: si es dolor físico, ataja los deleites de la lujuria; si es una humilla- ción derivada de actos o palabras del prójimo, abate nuestra soberbia, nos da la medida de lo que somos por un juicio que no es interesado, y nos enseña, si es interesado, lo vano que es poner nuestra moral y el dictado de nuestra conciencia en la estimación de los otros; la pérdida de las riquezas materiales, tan aflictivas para los que todo lo esperan del dinero, contiene la sed rabiosa de poseerlo, impide que se sacrifiquen muchos
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