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APARENTE PARADOJA ca razón que tuvieron los empecinados haekelia- nos para empeñarse en demostrar que el progeni- tor del hombre es un animal! Pues ellos y cuantos se dedican a seleccionar animales, ponen empeño científico en que el progenitor sea un tipo per- fecto en su especie; cuidan de reproducirlo, y evi- tan toda fortuita mezcla que pudiera hacer de- generar la raza. Tratándose del hombre, será pre- ciso impulsar el rebajamiento suyo hacia la bes- tia; porque si no el hijo sería más perfecto que el padre: cuanto más se envilezca, más legítimo será y más parecido al tipo ideado, y se justifica así plenamente la vida de voluptuosidad y el desa- rrollo de los instintos pregonados por la lógica de tales doctrinas. ¡Nadie sabe los extremos de abyección a que puede llegar un ser compuesto de instintos ciegos y de una razón desviada, empeñada en multipli- car esas fuerzas fatales y en justificar todos sus excesos! Pero Dios Nuestro Señor ha dispuesto las cosas de una manera mucho más sabia: no ha permitido que este mundo, manchado con el pecado, sea un edén para una vida voluptuosa, ni que nues- tro cuerpo sea solamente instrumento de place- res sensuales que cada día nos acerquen más a la bestia, sino que fuera y dentro de nosotros, en lo que es materia que mancha y vanidad que ofus- a; nos encontremos con el dolor siempre vigi- lante, que nos haga reaccionar hacia el bien. El dolor, pues, es un bien, un valor moral, por- que nos quita lo que nos sobra, y nos da lo que nos 2.—E. DEL DOLOR.

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