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EL DOLOR ELEVADO A SU VALOR EXPIATORIO 27 ellos representan la privación más o menos tor- turante de un goce al que creemos tener derecho, como integrante de la felicidad total, propia de nuestra naturaleza; que sufrimos por compara- ción de lo que somos y tenemos con lo que ansia- mos ser y tener: cediendo, pues, de nuestra parte lo que reputamos propio, damos a Dios algo que realmente es parte de nuestro ser; y lo pone- mos en la balanza de su justicia para contrape- sar el honor que le usurpamos con placeres in- debidos, y así pagamos la pena temporal del pe- sado, que la pena eterna está superabundante- mente expiada por el sacrificio del valor infinito ofrecido por Jesucristo: lo eterno del tiempo y de la intensidad de las penas debida a la culpa mor- tal está substituído por lo inmenso de la Víctima y lo infinito de su oblación. Así se ve bien la profunda verdad de estas sen- cillas palabras del Concilio de Trento: «La vida cristiana verdadera es una continuada expiación Y lo que sobria pero hermosamente escribía San León Magno en la incomparable lengua del La cio: «Sicut ergo totius est corporis pie vivere, ita totius est temporis crucem ferre: quae merito ferri unicuique suadetur, quia propriis modis atque mensuris ab unoquoque toleratur... Praesidio crucis Christi mens rationalis instruitur, nec cupiditatibus noxis illecta consentit, quia continentiae clavis, et Dei timor transfigitur Así como es propio del cuerpo entero el vivir, así es inseparable de la vida el padecer, llevar la Cruz de Cristo, la cual debe llevar cada uno se-
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