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Z0 EL DOLOR tremendo, un dolor terrible, un dolor sagrado su- frido por el mismo Dios: dolor voluntario, acep- tado por puro amor a log hombres sus hermanos según la carne, y por el amor infinito al Padre que está en los cielos. La Pasión y la Muerte de Jesu- cristo, segundo Adán, establece para siempre la solidaridad en el padecer, como Adán primero la estableció en el pecar: su amor a los hombres lo inclinó a ponerse en lugar de éstos, y su amor a Dios le obligó a morir por su gloria. Y esto no es una bella utopía, o una ingeniosa abstracción mental que el misterio del padecer, sino una realidad evidenciada por la historia misma del linaje humano que registra en sus anales el día imborrable de la muerte de Dios, y que se ilumina maravillosamente comenzando desde la Cruz, y sigue su curso embarcada en el bajel de la vida cristiana, a través de infortu- nios de alma y cuerpo que le arrancan lágrimas amargas, y acrecen sin cesar el río que inunda este valle estrecho de la vida en la tierra. Cada uno de Jos redimidos sabe que Jesús dió un precio inestimable por sus pecados; y cuando se siente manchado con ellos, acógese a la gracia de la Redención rebalsada en los santos Sacra- mentos; acepta las tribulaciones que Dios le en- vía; únelas con el tremendo castigo ejercido en el santo, en el Hombre Sustituto de todos los hom- bes, Y lavado con Sangre Divina, y purificado con dolores cristianos, se salva. Si me preguntáis qué hay en nuestros dolo- res que pueda elevarse a tales alturas, os diré que

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