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EL DOLOR ELEVADO A SU VALOR EXPIATORIO 25 desastrada para redimirnos; que, en virtud de aquella sangre y de aquellos tormentos y de aque- lla muerte, nuestros lastimeros quejidos sonaran a los oídos del Altísimo como una oración, y nuestras lágrimas subieran ante el trono de la Justicia soberana como el incienso del sacrificio; que nuestra muerte pudiera así tener valor de vida inmortal. Solamente los ojos iluminados por la Revels- ción, y las almas sinceras que aceptan los desig- nios de Dios sin murmurar de El cuando les aflige, que no se dejan llevar de la presunción cuando les hablan de perdones y de esperanzas, han podido ver y entender esta admirable traza de la Bondad de Dios, adorar su Sabiduría y amar intensamen- te los martirios divinos. Por eso los discípulos del Evangelio adoramos la Cruz símbolo de tor- mentos punitivos y de expiaciones infinitas; la cubrimos de besos, la abrazamos con religioso afecto, y aprendemos en ella a sufrir por amor y con mérito. «A vosotros se os ha dado, decía $. Pablo a los Filipenses, no sólo que creáis en Je- sueristo, sino que padezcáis por El». En el día de la Encarnación comienza la era de la gracia, porque Dios queda inseparablemen- te unido a la raza humana doliente y pecadora, haciéndose solidario de sus penas y de sus culpas. La Justicia de Dios se satisface manifestándose, y su Amor se sacia entregándose por nosotros. Ya no es el dolor sombrío y forzado el que llena la tierra; ya no es el castigo destituído de esperanza lo que cae sobre los culpables; existe un dolor

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