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ÉXTASIS DE DOLOR 295 mismas ignominias. No pretendamos jamás me- ditar, ni llorar la pasión y muerte del Redentor, sin acompañar a la Virgen Santísima en su ma- ternal compasión, pues no es posible separar lo que Dios ha unido: la crucifixión del Hijo y la crucifixión de la Madre. VI Extasis de Dolor. ¡¡¡La Madre de Jesús!!! ¡Pobre Madre! Miradla:; siente gravitar en su regazo el cuerpo muerto de su divino Hijo y... cae ella en un pasmo de pena inexpresable: abrazada está con la Hostia San- ta; la adora, la besa, tíñese el rostro virginal con la sangre divina, el corazón de María apura hasta las heces el cáliz de amargura. En el espíritu de la Virgen domina una sola imagen: la que perci- bieron sus maternales ojos al cruzar la últi- ma mirada con los ojos moribundos de Jesús; Madre e Hijo quedar»n erucificados pero Jesús ha muerto, y como víctima yace ahora so- bre el ara más santa de la tierra. María es, en este momento, el altar y el sacer- dote; levanta pues al cielo los ojos, y ofrece el ho- locausto perfecto que calma las iras de Dios y lo reconcilia con el mundo. Suya es la Víctima; for- móse en sus entrañas virginales; sus menos pu-

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