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294 PENSAMIENTOS SUELTOS dio; pero siempre será verdad que la Redención no se llevó al cabo sin la consumación del pecado más horripilante que ha manchado la tierra. Todas las generaciones de los redimidos se esfuerzan desde entonces en lavarlo con lágrimas y con san- gre; pero ¿qué puede hacer el mundo pecador que sea digna compensación de tal desacato a la Divi- nidad? Ahí está la Virgen Madre, sin pecado, aso- ciada voluntariamente a la muerte divina, cru- cificada en su espíritu y derramando lágrimas in- maculadas que Dios acepta como digno holo- causto. La única criatura que pudo llorar la muerte de Jesús, sin sentirse de ella responsable, fué María. Por eso Jesús la hizo depositaria de los méritos de la sangre preciosa que nos purifica y nos salva a todos. Es, pues, para nosotros la Dolorosa una dádiva de misericordia, prenda segura de perdón; y San Juan es el legatario que por nosotros la recibió, y nos enseñó a quererla. Nos sentimos ligados a la Madre de Jesús por el amor y por la compasión de sus penas; llorarlas es demostrarle filial cariño. Antes que nosotros las lloró el mismo Jesucristo; y los que las entienden como El, son los verdade- ros hijos de María y tienen garantía cierta de pre- destinación. Compensemos ahora filialmente tan acerbos dolores con bendiciones y alabanzas y constante participación en ellos. Jesús lo hace así con su Madre: la envuelve con su misma gloria en el cie- lo, porque Ella en la tierra se envolvió con sus
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