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24 DOLOR ciendo para el bien la solidaridad que existía en el mal, y, para el perdón y la expiación, la solida- ridad del padecer. Exigió la cooperación personal de cada hombre para salvar la ley de la libertad y del mérito; pero reemplazó al culpable para ofre- cer la conveniente expiación. Tan firme como la universalidad del dolor y su carácter hereditario es el hecho de la incorpora- ción física y moral de Dios al género humano por la Encarnación del Verbo Divino. Junto al origen de nuestros males, en el manantial mismo de nuestras lágrimas, encontramos el anuncio del Redentor, ya que la misma Justicia que imputó a culpa de toda la raza de Adán su pecado personal, previno a sus hijos que vendría otro Hombre, representante divinamente caracterizado de la raza, por cuyo mérito podría expiarse el pecado, que nos hace nacer hijos de ira. La inteligencia humana concebía fácilmente que Dios tomara nuestra naturaleza y habitara con nosotros: el ideal mismo de belleza y de armonía en las obras del Creador hace razonable la revela- ción primera del Paraíso que, desfigurada de mu- chas maneras, hállase latente en todos los ritos religiosos, y vive en la exuberante mitología pa- gana. Lo que no cabía ni cabe en la pobre razón del hombre; lo que escandaliza a los creyentes ju- díos depositarios del augurio divino, y sirve de burla y escarnio a los gentiles de todo3 los tiem- pos, es que Dios hecho hombre tomara sobre sí la responsabilidad de nuestra culpa y de nuestra pena, y viniese a morir de muerte sangrienta y
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