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HE AHÍ A TU.MADRE 293 que había sido Jesús: su consuelo, su apoyo, su Hijo. Para conseguirlo mejor, paremos nuestra atención, y esforcémonos en tantear y penetrar en cuanto nos sea posible, a imitación de San Juan, el sufrimiento tan sin medida que Jesús tuvo, viendo padecer a su Santa Madre. Los dolores de la Virgen al pie de la Cruz fue- ron parte muy principal de los tormentos del Co- razón de Jesucristo. Puede decirse que, después de la terrible sensación de abandono de su Eter- no Padre, ninguna otra laceró tan hondamente el Corazón divino como la que tuvo viendo sufrir a María. El mismo era la causa de su martirio; veíala anegada en aquel piélago de tormentos, y acrecentábanse los suyos, cayendo sobre el alma de su Madre como torrente desolador;y la amar- gura de Ella refluía otra vez en el Hijo: era la mis- ma ola de dolor que en'su flujo y reflujo golpeaba e inundaba aquellos dos corazones magnánimos. Mirados así los dolores de nuestra Santísima Madre, esmerémonos con San Juan, con toda la posible solicitud, en consolarla y en pagarle deu- da tan sagrada. Porque su compasión maternal al pie de la Cruz fué un acto de adoración y desa- gravio debidos a Dios por el crimen más grande cometido en el mundo: la afrentosa muerte de su Unigénito. Cayó, es verdad, la Sangre divina so- bre los mismos verdugos, y lavó el horrendo deici-

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