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HE AHÍ A TU MADRE 201 lanzadas contra el Justo, y los de las confesiones tardías, sentíase mejor el gemido tierno, angus- tioso y contenido de la Madre divina, arrodillada junto a la losa sepuleral que guardaba el cuerpo desangrado de su Jesús. Sombras vagas de eu- riosos rezagados dibujábanse apenas en los salien- tes del camino que conducía a Jesusalén. En Jerusalén gozaban ya del salario merecido por su jornada los verdugos pagados; y los hipó- critas escribas paladeaban su menguado triunfo, celebrándolo con diabólicas risotadas El discípulo amado guardaba en su corazón el último encargo del Maestro moribundo: debía recoger a la desolada Madre y guardarla como propia; sabía bien que era signatario de aquel re- galadísimo legado en nombre de cuantos habían de creer en Jesús y amarlo. Pero. ¿cómo arran- car a la Virgen Santísima de aquel lugar de tor- mento? Vióse en un instante en congojosa zozo- bra; mas, poniendo en su boca toda la dulzura del amor que profesaba a Jesús, y en sus manos la pureza toda de su alma virginal, ofrece reve- rente su brazo a María; acéptalo Ella con ter- nura inefable; apóyase en él y se despren- de con violencia de la piedra sepuleral a la que estaba adherida por un amor invencible, deján- dola perfumada con sus lágrimas; y en aquel mo- mento oye por vez primera la invocación de los redimidos: ¡¡Vamos, MADRE MÍA...!! ALESÉMO- NOS DE AQUÍ... VENID CONMIGO... Sois mía!! ¡Cómo debieron de temblar los labios de aquel hombre afortunado al llamar a María como la
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