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DOLORES QUE REDIMEN 289 sús ha muerto; los hombres se lo robaron de sus brazos arrancándole, por decirlo así. a pedazos sus entrañas maternales; y Ella está triste, mi- rando esa raza impía bañada con la sangre del Justo; María en su desolación ama a los verdugos de su Hijo; abrígalos en su Corazón de Madre sobre el que, como en brasa ardiente, vertió Jesús el incienso de la reparación infinita; subió ésta al cielo, quedó la brasa pálida y cenicienta, pero calentó aún a los asesinos; fué María, su Madre; así quedó la Maternidad crucificada. Desde entonces el dolor humano pesa en la ba- lanza de la eterna Justicia a una con él sacrificio de valor sin límites. ¿Podía Dios iniciar la coo- peración de los hombres a su Pasión por un dolor más grande, más puro y más sublime? Fué aquella escena torturante una revelación admirable. Asociado el dolor de la Virgen al do- lor de Jesús, nació entre sus hijos el ideal del su- frimiento; los hombres sintieron sed de padecer; fué la locura de la cruz comunicada a los discípulos de Cristo. Ya no es la tribulación un mal irremediable que llega como enemigo fatal de la humana di- cha; eso era pagano: nosotros vemos en el dolor un amigo que nos habla de Dios Crucificado, y, cuando pensamos que la más santa de las cria- turas fué agraciada, la primera, con el tormento de la Cruz, lo recibimos como un don del cielo. 10.—E. eL Door.
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